Imaginar un hilo, conectarnos a la unidad: el arte de lo invisible de Ana Biolchini
Por Silvio De Gracia,
Junín, Buenos Aires, 13 de mayo de 2019
Los mitos son dispositivos narrativos que los seres humanos comparten, desde los tiempos primigenios, en su afán de explicar los misterios que nos inquietan e interpelan. Los mitos dan cuenta de nuestra búsqueda, a través de los siglos, del sentido y el significado de la vida. En el mito griego de Teseo, quizá más que en cualquier otro, conviven dos signos que connotan fuertemente nuestra deriva por el mundo: el laberinto y el hilo. Teseo se aventura en un laberinto para dar muerte a un monstruo, el minotauro ; con un ovillo de lana el héroe va marcando su recorrido para poder regresar sobre sus pasos y salir del laberinto una vez cumplida su tarea. En el relato El hilo de la fábula, donde Jorge Luis Borges revisita este mito, leemos : « el hilo se ha perdido ; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo ».
El trabajo de Ana Biolchini parece estructurarse y desplegarse sobre ese deber (que también es una necesidad), postulada por Borges : imaginar un hilo y un laberinto. El hilo es un signo que atraviesa y define gran parte de su obra. El hilo de la artista, como el hilo de Ariadna, opera como recurso de orientación en un lugar destinado a que los hombres se extravíen. El laberinto que imagina la artista no está construido de piedra, sino que es el universo o el cosmos, un laberinto en el que ella intenta dar con la forma esencial de la unidad, o dicho de otro modo, el vacío pleno, una infinitud eterna reflejada en la realidad cósmica y humana. En ese laberinto que es el universo, la artista imagina un hilo que es invisible, y cuya difícil tarea es conectar lo material y lo inmaterial, lo abstracto y lo concreto, lo interior y lo exterior, el pasado y el presente.
La invisibilidad es una de las cualidades manifiestas del arte de Ana Biolchini. Su obra se nutre de emanaciones enérgeticas, espirituales, esenciales, antes que de la pura concretitud de los materiales o los soportes. Lo invisible no es aquello que no puede ser visto por nuestra mirada, sino aquello que alienta en nuestro interior. La obra de Biolchini es un derrame de su interior en formas que no alcanzan a contenerla : videos, instalaciones, objetos, pinturas actúan como deslindes de su deseo de conectar con el otro, con el cuerpo del otro, y con el mundo. Entre sus estrategias, que apuntalan su presencia invisible, aunque percibible como memoria, y en consecuencia como energía, se destaca la sustitución del propio cuerpo por representaciones escultóricas de fragmentos del mismo. Así, en la obra « Pies del mundo », se presentan 168 objetos de arcilla con la forma de sus pies, que son el resultado del contacto íntimo de la arcilla con el pie de la artista. Estos objetos no solo remiten a la memoria de una presencia, sino que revelan el vacío residual de esa presencia.
Gran parte de la obra de la artista está marcada por la idea del flujo, del movimiento que permite traspasar lo material a través de lo sensible. En ese sentido, la instalación titulada Trama es una de las que mejor refleja ese anhelo, esa sutileza casi inmaterial que persigue la integración del cuerpo, el ambiente y el universo. La instalación, realizada a partir de las columnas de un espacio expositivo, se configura como una estructura formada por la intersección de múltiples líneas de hilo en sentido horizontal y transversal. Estas líneas remiten, de algún modo, al cuerpo humano atravesado por líneas de fuerza invisibles diseminadas en varias direcciones y que se organizan en una unidad estructural.
El hilo, presencia casi obsesiva en esta artista, puede aparecer fotografiado, empleado como material en una instalación o proyectado en un video. En todos los casos, se trata de un signo que nos habla de la búsquedad de la levedad, de la conexión, y en último término, de la trascendencia. Lo trascendente, en definitiva, para Ana Biolchini es la posibilidad de desenvolver un arte vivificante, un arte que persigue un estado de presencia plena donde se unen y se interpenetran el cuerpo y el universo, el hilo de la vida y el laberinto.